

Primer Obispo de Zamora
(1862-1877)
Por sus cualidades y virtudes, fue maestro del Seminario y ejerció varios puestos en la Mitra; rector del Colegio Clerical, párroco por los años de 1839 y 1840 en Jacona y en 1843 en Dolores Hidalgo, canónigo, examinador de sínodos, gobernador y vicario general de Morelia, obispo auxiliar de Morelia (aunque no pudo ser consagrado, debido a varias circunstancias) y, finalmente, primer obispo de nuestra Diócesis de Zamora por mandato de la bula del Papa Pío IX.
Sus obras realizadas más que materiales, fueron del orden espiritual, le tocó la “obra negra”, pudiéramos decir, de lo que sus sucesores construirían más tarde. A pesar de que fue acompañado del infortunio, del dolor y de la enfermedad, su carácter duro y estricto, así como su recta intención, le ayudaron a cumplir su papel como pastor de un inmenso territorio (más de la mitad del Estado de Michoacán) que tenía muchas carencias tales como, la falta de medios de transporte, la inseguridad en los caminos, la falta de recursos humanos y económicos, la incomunicación y las guerras civiles, entre otros.
Fue consagrado obispo en la Nacional Colegiata de Guadalupe, el 8 de mayo de 1864, tomando posesión de nuestra Diócesis, por “interpuesta persona” el día 8 de junio de ese mismo año; pero fue hasta el 10 de diciembre de 1865 cuando pudo llegar a Zamora a cumplir personal y directamente su papel de pastor de nuestra Diócesis.
Durante su pastoreo, logró prudentes y buenas relaciones con el gobierno civil, ya fuera el liberal, el imperial o el dictatorial de Don Porfirio, para lo cual tuvo que poner en práctica sus dotes de político y diplomático, pues, aunque supo siempre defender con energía los derechos de la Iglesia, fue siempre conciliador entre su gobierno y esos gobiernos; y conciliador entre las conciencias de sus feligreses y la implantación de las leyes de Reforma.
Fue admirable la maestría que el Señor de la Peña manifestó en el manejo de las carencias y la economía de su nueva Diócesis, que ni siquiera tuvo para completar los gastos de su traslado de Morelia a Zamora y su recibimiento en esta. Las nuevas leyes de Reforma habían despojado a todas las Diócesis de la República (también a la de Zamora) de casi todos sus bienes y les habían cerrado muchas de las puertas para conseguir recursos para las obras de beneficencia y promoción humana que llevaban a cabo. No había “ni siquiera para pagar la leche y el pan de los seminaristas” y la Parroquia de la ciudad que había sido convertida en Catedral ”estaba amenazada de ruina.”
El Señor de la Peña con la obtención de un préstamo de Morelia y con la organización de los diezmos y pindecuarios de los pueblos de la Meseta, así como con la reorganización y control de la Vela Perpetua y hasta con rebajar los sueldos de los canónigos, y la implantación de una vida episcopal austera pudo, poco a poco, sortear la difícil situación y sacar adelante, económicamente a la Diócesis.
Fueron notorias en el Señor de la Peña la preocupación y la pena que la injusticia y la pobreza ocasionaban a su alma, de ahí que desde el púlpito y, sobre todo, en varias de sus cartas pastorales y circulares, condenara enérgicamente la explotación de los peones en las haciendas, la compra de semillas “al tiempo” y la usura y el agio, condenaciones que le acarrearon, en muchas ocasiones, enemistades de algunos hacendados.
Procuró también, en la medida de lo posible, la formación de algunas obras de beneficencia y de promoción humana en toda la Diócesis y, en especial en la ciudad de Zamora, como dispensarios, desayunos, etc.
Otra de las preocupaciones y ocupaciones del primer Obispo de Zamora fue la educación del pueblo, sobre todo de los habitantes de la Meseta purépecha, a tal grado que llegó a pedirle a uno de sus Párrocos enfermos que no saliera de su Parroquia y que “lo único que le encargaba era el Sagrario y la escuela de los niños”. En muchas de sus poblaciones se establecieron escuelas para niños y para niñas por su encargo y con su ayuda.
Desde su llegada a la nueva Diócesis, se preocupó el Señor de la Peña por la organización del Seminario, atendiendo a su sostenimiento y llevando a él los mejores maestros, sacerdotes y algunos laicos. Sus visitas a él y su trato con los seminaristas y formadores era continuo y paternal, interviniendo personalmente en la organización, planes de estudio, etc. de esa Institución.
Fue un padre enérgico que hablaba con el corazón, sin miedo ni con intención de herir, pero claro en la corrección fraterna, buscando siempre el bien y el de sus fieles y sus sacerdotes
Finalmente, la muerte sorprendió al Señor de la Peña en pleno ejercicio de su labor pastoral. Cuando realizaba, a pesar de su enfermedad, la visita pastoral a las parroquias del rumbo de Tingüindín, se puso grave y fue llevado, en su traslado a Zamora, a Tarecuato, donde murió después de una dolorosa agonía.
Su muerte, como su vida, fue la de un justo, como lo señaló el Sr. Canónigo Aguilar, al dar cuenta de la agonía y de la muerte de aquel prelado santo al cabildo zamorano: “...El prelado padece demasiado, pero su virtud le hace tener un rostro sereno, y una conformidad que admira y que es propia de los justos…” Así murió Don José Antonio de la Peña y Navarro, hombre en el que, a través de sus escritos, su vida y sus obras, se pueden encontrar todas las virtudes cristianas y sacerdotales.
Primer Obispo de Zamora
(1862-1877)

Segundo Obispo de Zamora
(1878-1909)
El llamado de Dios llegó por medio del Sr. Arzobispo de Michoacán Dn. Ignacio Arciga quien le invitó a abrazar el sacerdocio, abrazo consumado en 1869 con la ordenación sacerdotal. Se convirtió en teólogo consultor del Sr. Arciga en el concilio plenario latinoamericano, fungió como párroco del Sagrario, rector del seminario, vicario general, canónigo y juez de testamentos.
Fue el Papa León XIII quien le nombró obispo de Zamora después de casi un año de sede vacante, el 16 de agosto de 1878, siendo consagrado como tal en Morelia el 20 de octubre de ese mismo año y el 16 de noviembre tomó posesión canónica de su diócesis en la Catedral de Zamora, a la que se entregó en cuerpo y alma, hasta el exceso, lo que le llevaría a querer renunciar en 1889 por causa de salud, sin embargo, su renuncia no fue aceptada y se le nombró como obispo coadjutor al Sr. José de Jesús Fernández, quien más tarde sería administrador apostólico en sede vacante.
Fue un hombre de un gran carácter, de talento claro y profundo, persona de ciencia teológica, jurídica y filosófica, de contundente serenidad cristiana y de inexorable firmeza apostólica y pastoral. La caridad le transpiraba por todas partes y siempre pretendió ser veraz en la palabra y coherente en sus actos. Su recia fe y su sincera piedad fueron los elementos que lo mantuvieron constantemente pegado a su Dios y a sus semejantes. Su lealtad a la Iglesia se manifestó siempre en la obediencia razonada a los superiores y en la defensa apasionada de los derechos de esa Institución, tanto a nivel mundial, como nacional y particular en su diócesis.
Era un predicador sencillo, claro y valiente. A lo largo de sus 25,767 km. recorridos a pie y a caballo de sus visitas pastorales a las parroquias, conoció perfectamente su diócesis, sus sacerdotes y fieles. A su paso realizaba verdaderas misiones con innumerables confesiones, matrimonios, primeras comuniones y confirmaciones.
Como educador, se empeñó en la organización del Seminario, de la Escuela de San Luis, de las distintas escuelas en las parroquias, trajo a los Hermanos Maristas y permitió el Noviciado de los Jesuitas en San Simón y luego en El Llano, noviciado que trajo a la Diócesis innumerables beneficios, ya que la presencia de hombres como el Padre Pro y la ordenación de casi medio centenar de jesuitas estudiantes en ese Noviciado dejaron profunda huella en el pueblo cristiano.
Fundó la Congregación de las Hermanas de los Pobres, iniciando con la Srta. Margarita Gómez (ex novicia de las Hijas de la Caridad) en Sahuayo, a quien le pidió fundara una congregación para honrar a Jesucristo, especialmente en la persona de los pobres, ya fueran enfermos, niños, encarcelados e indígenas.
Juntamente con la construcción espiritual de la Iglesia Zamorana, el Sr. Cázares también fue un gran constructor de obras materiales. Podemos enumerar la continuación y terminación de la Catedral de Zamora en la plaza, así como de La Purísima, la iglesia votiva de Zamora. La iglesia de San José que se empezó a construir en 1880 y la reconstrucción del templo de San Francisco, destruido en 1863 y reedificado en 1881. Pero su obra magna fue sin duda la Nueva Catedral (hoy Santuario Guadalupano) en la que puso todo su corazón, su peculio y su interés.
El Señor Cázares luchó por una formación completa de los futuros sacerdotes, por lo que fundó siete seminarios menores: Sahuayo, Cotija, Purépero, Cojumatlán, Uruapan, Yurécuaro y la Escuela de San Luis Gonzaga en Zamora. Además, abre las puertas del Seminario a los externos y lo convierte en un verdadero y reconocido Centro de Estudios Superiores, con Leonardo Castellanos y Rafael Guízar y Valencia a la cabeza, destacan alumnos como Amado Nervo, el General Francisco Mújica, Rafael Sánchez Tapia, gobernador de Michoacán, Daniel Valencia, presidente de la Suprema Corte de Justicia, Perfecto Méndez Padilla, diputado del Congreso y vicepresidente del Partido Nacional Católico, etc. En cuanto a la cantidad del mismo clero, debemos decir que fue durante el gobierno del Sr. Cázares cuando en la Diócesis de Zamora se ordenó el mayor número de sacerdotes.
La labor social desarrollada por él fue extraordinaria: asilos de niñas en Uruapan, Tangancícuaro, Paracho, Pamatácuaro, Patamban, Cotija, Nahuatzen, Ziracuretitro, Coalcomán, Taretan, Purépero, Tancítaro, Tingambato..., hospicios y hospitales que él organiza y aumenta en número, la casa de beneficencia, el Monte de Piedad, los asilos de Madrigal (en Pino Suárez), del Corazón Inmaculado de Maria en San Francisco (en la antigua huerta de los franciscanos), el de niños frente a los Dolores (hoy Mercado Hidalgo), la Escuela de Artes y Oficios, etc. Por ello, con cuánta razón se permitió por parte del gobierno del estado que la antigua calle del Relox llevase su nombre, aun antes de morir, por ser “un verdadero benefactor de la ciudad.”
Y fue después de casi 32 años, que la historia volvía a repetirse y Zamora volvía a llorar y a sufrir la pérdida de su pastor, casi en las mismas circunstancias. El 25 de febrero de 1909, el Sr. Cázares, salió a su última visita pastoral, comenzando por Ecuandureo, haciendo un alto en La Noria para seguir luego a Churintzio y finalmente a Zináparo, donde empezó a sentirse mal. Su amigo Dn. Pedro Jiménez lo llevó a su Hacienda de La Tepuza y ahí el Dr. Riera aconsejó lo llevaran a Guadalajara en donde, el martes 23 de marzo, le diagnostican "impaludismo complicado con hemoglobinuria" y el día 31, Miércoles Santo, después de pedir, juntamente con los últimos Sacramentos, perdón a quienes hubiese ofendido, rodeado de algunos de sus más cercanos colaboradores venidos de Zamora, entrega su alma al Señor a las 4:10 de la tarde. En un tren especial fue traído luego su cadáver a Zamora, donde el llanto y la tristeza invadieron los corazones.
Segundo Obispo de Zamora
(1878-1909)

Obispo Coadjutor del Sr. Cázares
(1899-1907)
Cuando el Sr. Obispo Cázares, debido a sus enfermedades y al inmenso trabajo y a las incontables necesidades de nuestra Diócesis, presentó a la Santa Sede su renuncia como Obispo de Zamora, misma que no le fue aceptada, se le sugirió que eligiera un Coadjutor, con derecho a sucesión, para que le ayudase en aquella ingente tarea. Y así lo hizo, escogiendo para tal fin, por sus cualidades y virtudes, al Padre Dn. Jesús Fernández Barragán quien, fue nombrado por la Santa Sede “Obispo Titular de Tloe y Coadjutor de Zamora” siendo consagrado como tal el 21 de mayo de 1899 en la iglesia de San Francisco de la ciudad de México.
El Padre Fernández se convirtió en el brazo derecho del Señor Cázares, pues durante lo más pesado de la enfermedad del segundo obispo de Zamora, el Sr. Fernández tuvo que llevar todo el peso de la Diócesis, atendiendo casi por completo su administración y siguiendo el mismo ritmo en el apostolado del Sr. Cázares, con las visitas pastorales y demás instrumentos de evangelización practicados por su Ordinario, siendo con ello un verdadero Coadjutor para el Obispo Titular de Zamora.
No obstante, el Sr. Fernández también realizó obras, en lo particular, de mucho beneficio para la buena marcha de la diócesis, tales como la elaboración de las constituciones y el reglamento del Seminario, así como el envío de sacerdotes al Pío Latino. Siguiendo los lineamientos del Concilio Plenario de la América Latina, hizo realidad en la Diócesis de Zamora, antes que en muchas otras Diócesis, dos cosas: El Boletín Eclesiástico y las Conferencias Eclesiásticas.
Para facilitar el Gobierno de la Diócesis y la organización de las Parroquias, creó las Vicarías Foráneas, señalando su estructura, su objetivo y su funcionamiento y agilizando así la labor del Obispo y disminuyendo su carga en muchos aspectos, pues cada Vicario Foráneo podía suplir al Obispo en su Vicaría en ciertos asuntos y realizar ciertas actividades propias de él.
Ayudó a los hermanos Guízar Valencia, Antonio y Rafael, a tratar de fundar la Congregación de los Hermanos Esperancistas que se dedicarían principalmente a dar misiones en los pueblos de la Sierra y de Tierra Caliente. Además reorganizó por medio de nuevas reglas, ejercicios espirituales y visitas la congregación de las hermanas de los pobres, quienes le consideran como segundo padre y fundador.
Construyó el Palacio Episcopal, mismo que hoy es el Palacio Federal. Motivó, vigorizó y ayudó a la Escuela de Artes y Oficios que tan buenos resultados dio a Zamora y lo mismo hizo con las demás obras sociales establecidas en la ciudad y en varios puntos de la Diócesis. Fue un ferviente practicante y propagador de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Y escribió además de Edictos y Circulares, algunos libros, entre ellos “Banquete divino”, publicado en 1916, en el que muestra su recia personalidad y su profunda piedad cristiana y sacerdotal.
A su tierra, Santa Inés, le demostró su cariño, entregándole varias obras materiales y espirituales como, por ejemplo, la planeación y diseño del pueblo, la construcción del Templo y la “Casa Grande”, la fundación, organización y el sostenimiento, casi completo, del Colegio de las Hermanas de los pobres, la construcción de la casa del Capellán de Santa Inés, que en un principio habitó él y, sobre todo, en sus últimos años que los pasó en su querido terruño, la distribución de la gracia y la siembra de los principios cristianos en las almas de sus coterráneos.
Sin embargo, siendo los caminos de Dios inescrutables, la Santa Sede lo nombró, el 4 de octubre de 1907, Abad de la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe y luego Obispo Titular de Cárpatos. Cargo al que renunció en 1925 retirándose a su querida Santa Inés, donde pasó los últimos años de su vida, haciendo el bien a sus paisanos y sufriendo (a pesar de ser pacifista y no partidario de la fuerza armada) algunos desacatos e irreverencias por parte de los soldados callistas.
Ahí en su tierra y entre los suyos, el 31 de diciembre de 1928, murió el Señor Fernández con las manos llenas de buenas obras, con el corazón cargado de sufrimientos e incomprensiones, pero con el alma henchida de amor a Cristo y a las almas. Contaba con 63 años de edad, 38 de Sacerdote, 29 de Obispo y la admiración, el respeto y el agradecimiento de muchos.
Hasta después de muerto lo alcanzó el infortunio: su hermano el Padre Don Ignacio Fernández lo tuvo que enterrar de noche, debido a la persecución religiosa.
Obispo Coadjutor del Sr. Cázares
(1899-1907)

Tercer Obispo de Zamora
(1909-1922)
Era conocido como un amante de la prensa, de la enseñanza y de las ciencias, como un hombre consagrado totalmente a la clase obrera. Fungió como maestro del seminario, canónigo arcediano de la Catedral de Oaxaca, vicario general y gran colaborador de su obispo, Mons. Gillow. Quien precisamente, habiendo conocido y tratado al Sr. Cázares y viendo personalmente parte de su labor apostólica en Zamora, recomendó a su vicario general, el P. Núñez Zárate, como sucesor del Sr. Cázares en la Diócesis de Zamora, recomendación que fue atendida por la Santa Sede.
El Señor Núñez llegó a Zamora el 25 de julio de 1910 y con él llegó el celo apostólico por la clase obrera. Promovió el cooperativismo, el sindicalismo y defendió a toda costa los derechos de los trabajadores, su salario justo, sus debidas prestaciones y sus derechos y libertades políticas. Y en la Diócesis había muchos intereses creados.
Respecto de sus obras materiales, le tocó terminar el Palacio Episcopal, edificio en el que él mismo habitó. Construyó el Teatro Obrero y el Centro Recreativo y Cultural de Zamora, un verdadero complejo recreativo para uso exclusivo de los obreros promoviendo la recreación, educación y cultura. Cabe decir que la mayor parte de los gastos salió de sus derechos episcopales. Continuó con la construcción de la “Catedral nueva” e hizo algunas mejoras a la “Catedral vieja”.
Reformó los planes de estudio del Seminario con la ayuda del P. Rafael Galván, comenzó a mandar al Pío Latino alumnos del Seminario (como a Salvador Martínez Silva, futuro Obispo Auxiliar de Zamora), admitió a los hermanos maristas en Jacona y en Uruapan, continuó apoyando el noviciado de los jesuitas en el Llano, así como a la expansión de la congregación de las hermanas de los pobres.
Fundó el Colegio San Luis, reorganizó la Escuela de Artes y Oficios, fundó la Escuela de Comercio, y una Normal Católica. Todas estas Instituciones verdaderas fuentes de educación y de promoción humana, trayendo innumerables beneficios a la ciudad y a tantas personas que en ellas se formaron y adquirieron una fuente de trabajo y un medio de vida y subsistencia.
Fundó en toda la Diócesis los círculos de obreros, principal factor para que la labor social en la Diócesis alcanzara el auge que alcanzó. Dichos círculos hacían conferencias, ayudaban a los socios enfermos y manejaban cajas de ahorro.
Fundó la Liga para proveer trabajo a los necesitados, promovió y ayudó a fundar Bibliotecas y Salas de lectura en varios pueblos de la Diócesis, fundó la Acción Católica Social, las Damas Católicas y el Secretariado Social, etc. Pero, sin duda alguna, la obra que trascendió las fronteras de la Diócesis y de México fue la celebración de la Segunda Gran Dieta de Obreros, celebrada en Zamora durante el gobierno del Señor Núñez del 19 al 22 de enero de 1813. Fue realmente un evento que sirvió de base, ejemplo y fundamento para muchos movimientos sociales posteriores y cuya importancia se manifiesta en que, casi a cien años de distancia, en algunas Universidades de Europa se cita a esa Dieta de Zamora como una aportación importante a la solución de los problemas sociales universales.
En esa Dieta, antes que la misma Constitución Mexicana del año de 1917, se plantearon los diversos problemas e injusticias sociales, se dieron soluciones concretas y factibles y se exigió el respeto real a los derechos del trabajador mexicano. Desgraciada y dolorosamente son pocos los que en la actualidad conocen la importancia y la trascendencia de esa Gran Dieta de Zamora...
Desgraciadamente sobrevino el año de 1914 la revolución carrancista y con ella el destierro del Obispo Núñez y muchos de sus sacerdotes, la incautación de todas aquellas obras materiales y la supresión de todas las instituciones que operaban a favor de los pobres. El Señor Obispo Núñez tuvo que salir de su Diócesis a la que, desde Oaxaca o México, trató de seguir gobernando a base de una cotidiana correspondencia con algunos de sus colaboradores que pudieron permanecer en ella.
Regresaría a sus diócesis en 1919, sin embargo, en 1922, fue trasladado a Oaxaca como Obispo Coadjutor y luego sucesor de su anciano maestro y protector el Arzobispo Gillow. Todavía gobernó Oaxaca hasta el 5 de marzo de 1941, día en que muere en la misma ciudad que lo vio nacer. El Sr. Núñez se fue queriendo a Zamora y no se olvidó de ella, pues siguió conservando las amistades que en ella cultivó y varias veces regresó a ella, de visita, en tiempos del Sr. Fulcheri.
Tercer Obispo de Zamora
(1909-1922)

Cuarto Obispo de Zamora
(1922-1946)
Al llegar a su patria, fue nombrado director espiritual del Colegio Jesús María y luego, maestro, vicerrector (1902) y rector (1907) del Seminario Conciliar, canónigo honorario de la basílica de Guadalupe y prebendado y canónigo de la Catedral Metropolitana, donde estuvo hasta el 6 de mayo de 1912, en que fue nombrado Obispo de Cuernavaca, para suplir al obispo zamorano Plancarte y Navarrete, siendo consagrado en la basílica de Guadalupe el 8 de septiembre de ese año, por el Arzobispo Mora y del Río, nacido en Pajacuarán. Fue el 21 de abril de 1922 cuando fue designado Obispo de Zamora y el 25 de junio de ese mismo año llegaba a su nueva diócesis.
Fue un pastor, no de nombre o de título, sino en la íntegra realidad de su sacerdocio y de su episcopado. Desde la escuela lo apodaban “el correcto”. Fue un hombre de intensa piedad y limpieza de costumbres, sereno, prudente, humilde, optimista, alegre, con amor a la verdad y a la armonía de su vida; bondadoso sobre todo hacia los más pobres y necesitados, tenía una franqueza respetuosa, hasta el extremo de jamás hablar mal de nadie ni de permitir que otros lo hicieran delante de él. Era un hombre de paz, lleno de serenidad y de dominio de sí mismo.
El Seminario fue para el Sr. Fulcheri “la pupila de sus ojos”. Desde su llegada a Zamora, se preocupó por reorganizar esa Institución, escogiendo para su dirección y docencia a sacerdotes capaces y aptos para ello y enviando al Colegio Pío latino de Roma a varios seminaristas. En medio de muchas vicisitudes, como la persecución callista, cuando el Sr. Fulcheri tuvo que trasladarse forzosamente a Mixcoac, ello no impidió la reapertura de los seminarios auxiliares de Cojumatlán, Cotija, Yurécuaro y Purépero. Inclusive, cuando más tarde se dio su supresión en 1935, debido a la incautación de edificios dedicados a la enseñanza religiosa, el seminario siguió vivo escondido en sacristías y casas particulares. Con cuánta razón el Sr. Fulcheri lo consagró al Sagrado Corazón de Jesús. Y fue precisamente él quien estableció el día del seminario en la diócesis.
Así mismo se preocupó por la formación de sus sacerdotes, enviándoles a estudiar a Roma y al recién entonces abierto seminario de Montezuma, entre ellos sacerdotes clave en la historia diocesana, tales como Ramiro Vargas Cacho, Luis Méndez Codina, Luis Caballero, Luis Mena; a Francisco Valencia, Rogelio Sánchez y Alfonso Sahagún. Con espíritu de mutua colaboración y fraternidad, el Sr. Fulcheri celebró con ellos en 1937 sus bodas de plata episcopales y en 1942 con todos sus sacerdotes organizó el primer sínodo diocesano tan necesario y tan benéfico.
Lugar especial ocupó también en la actividad del Sr. Fulcheri la Acción Católica que Pío XI presentó al mundo como un movimiento seglar organizado, para “restaurarlo todo en Cristo”. Siguiendo la consigna del Papa el Sr. Fulcheri trabajó en Zamora por la fundación y organización de esta obra que tanto fruto daría a la Iglesia Mexicana, al grado que es considerado el cofundador de la Acción Católica en México, pues fue quien hizo el primer esbozo de sus estatutos, terminándolos luego, durante la persecución religiosa en la ciudad de México en compañía del Sr. Darío Miranda, futuro Primado y Cardenal de México.
El Sr. Fulcheri siempre valoró en su justa medida el papel que los religiosos y las religiosas tenían en la diócesis, de ahí que, durante su gobierno los promovió y ayudó en lo que estuvo a su alcance: a las Madres Guadalupanas (fundadas por el P. José Antonio Plancarte) les brindó todo su apoyo; consiguió para las Hermanas de los Pobres la aprobación pontificia y definitiva en 1941; en su gobierno se establecieron los Padres Salesianos en Zamora; apoyó al P. José Ochoa con sus Tarcisios y sus Cecilias y aprobó diocesanamente la fundación de los Misioneros de la Sagrada Familia y a las Operarias Parroquiales del mismo P. Ochoa.
El 27 de julio de 1922 fundó la Asociación de Padres de familia en Zamora, asociación que luego se extendió a toda la república. Organizó la Confederación del Trabajo en la diócesis y contribuyó a que se organizara en todo México. Puso especial cuidado por la organización de los catecismos a nivel diocesano y parroquial. Amante de la Virgen de la Esperanza, tenía en mente declararla patrona de la diócesis. Y formó la Comisión de Arte Sagrado que intervino directamente en la Iglesia del Carmen de Zamora y el Santuario de Apo.
El Sr. Fulcheri fue vicepresidente del Comité Episcopal, promotor entusiasta de la fundación del Seminario de Montezuma y actor importante en la construcción del monumento a Cristo Rey en el cerro del Cubilete. 18 años después de haber llegado a Zamora y agobiado por el trabajo que iba en aumento en toda la diócesis (a pesar de que se había desmembrado de ella la nueva diócesis de Tacámbaro), pidió al Sr. Salvador Martínez Silva como obispo auxiliar en 1940.
Y después de una vida de entrega y de servicio, fue el 30 de junio de 1946, a las 3:30am, en San Ángel, D.F. cuando murió el cuarto obispo de Zamora, después de una enfermedad dolorosa, misma que sobrellevó en paz, dignidad y sentido del humor. El recibimiento de sus restos en la diócesis fue apoteótico. Sus restos fueron sepultados en el panteón de Zamora, pero el 6 de agosto de 1946, varios sacerdotes y laicos gestionaron ante el general Ávila Camacho (quien siempre habló muy bien del Sr. Fulcheri) para que fueran trasladados a la Catedral, donde reposan actualmente en la Capilla del Perpetuo Socorro, bajo la torre del lado sur.
Cuarto Obispo de Zamora
(1922-1946)

Obispo Auxiliar del Sr. Fulcheri
(1940-1946)
Una vez vuelto a Zamora en 1913, se desempeñó como profesor en el seminario y padre espiritual del mismo, juez prosinodal, secretario de la Junta Diocesana de Catecismo, director diocesano de la Unión Misional del Clero, oficial y secretario de la Mitra, canónigo magistral, provicario y vicario general de la diócesis.
Durante la persecución religiosa de Calles, en 1927, estuvo desterrado en California, regresando en 1928 como secretario “de facto” de la curia, informando casi a diario al Sr. Fulcheri, desterrado en México, de la situación en general de la diócesis y, en particular, de los sacerdotes. Fue un 13 de agosto de 1940, que fue nombrado obispo titular de Jasso y auxiliar de Zamora, después de que la Santa Sede accedió al ruego del Sr. Fulcheri. Y fue el 11 de noviembre de 1940, IV centenario de la fundación de Zamora y fiesta de San Martín de Tours, patrono de la ciudad, el día de su consagración episcopal en la Catedral.
Monseñor Martínez Silva fue un hombre práctico y ducho en las finanzas, trabajador incansable, de constante iniciativa, buen orador y efectivo organizador. Ya desde antes de ser obispo, se había desempeñado con responsabilidad y eficiencia en todos los cargos que, tanto el Sr. Núñez como el Sr. Fulcheri, le confiaron, más por propia iniciativa realizó otras muchas obras y actividades en beneficio de la clase obrera, como la fundación junto con el P. José Plancarte en 1921 de la Casa del Obrero en Zamora, así como del sindicato de campesinos de la Rinconada.
El Sr. Martínez Silva participó directa y decididamente desde el mes de diciembre de 1930 en la devolución que el gobierno hizo de la Catedral Nueva a la Iglesia para su terminación y uso. Un proceso largo y complejo, pero que con la diplomacia y empeño del Sr. Martínez se logró dicho fin el 25 de octubre de 1939, reiniciando el rescate y la construcción del edificio. Sin embargo, en 1940 llegó una orden presidencial para tomar de nuevo el inmueble e impedir su construcción. Todavía en 1942 intentó negociar con el presidente Ávila Camacho, pero fue inútil.
Fue ciertamente el Sr. Martínez Silva un verdadero auxiliar para el Sr. Fulcheri, tanto porque este lo necesitaba (eran ya 18 años de trabajo en la Diócesis de Zamora y 10 más en Cuernavaca), como porque aquel se entregó de lleno a cumplir su papel como tal. El obispo auxiliar suplía en muchas ocasiones al Sr. Fulcheri en una agenda sumamente llena de celebraciones y visitas pastorales, además de que asumió la redacción de muchas circulares, edictos, etc. Y aunque realmente fueron pocos los años que el Sr. Martínez Silva auxilió al Sr. Fulcheri, ciertamente fue valiosa su ayuda.
A la muerte del Sr. Fulcheri, el cabildo zamorano se reunió el 4 de julio de 1946 para elegir un vicario capitular mientras se nombraba nuevo obispo, ya que un obispo auxiliar no tiene derecho a sucesión según lo ordena el derecho canónico. El Sr. Martínez permaneció en Zamora algún tiempo más cumpliendo religiosamente con sus obligaciones y asistiendo a las reuniones del cabildo, hasta que en 1947 fue nombrado obispo auxiliar del Sr. Luis Altamirano y Bulnes, Arzobispo de Morelia, donde permaneció hasta su muerte acaecida el 20 de febrero de 1969.
Obispo Auxiliar del Sr. Fulcheri
(1940-1946)

Quinto Obispo de Zamora
(1947-1967)
José Gabriel nació en la Hacienda de Tepexpan, Estado de México, el 16 de marzo de 1895, siendo el décimo de los 12 hijos de Don Eduardo Anaya y Doña Concepción Díez de Bonilla. Estudió la primaria en México, en la escuela anexa al seminario conciliar y en los colegios de San Joaquín e Infantes, así como un año de comercio con los padres josefinos. En 1910 ingresó al Seminario Conciliar de México, siendo rector del mismo el Sr. Fulcheri. El 27 de septiembre de 1912 partió a Roma, al Pío Latino, enviado por el Sr. Mora y del Río (Arzobispo de México, nacido en Pajacuarán), y allá fue ordenado el 3 de abril de 1920. Regresaría a México, ya como doctor en filosofía, en teología y derecho canónico, el año de 1923.
Sirvió como profesor de latín, teología y liturgia en el Seminario de México; en 1930 fue nombrado Secretario de la Delegación Apostólica, y enseguida por la Santa Sede Monseñor y Protonotario Apostólico. Fue también padre espiritual en el seminario de México y de varias casas religiosas, colaboró en la revista sacerdotal “Christus” y la editorial Buena Prensa. Fue autor de un pequeño, valioso y práctico libro titulado “El Seminarista en el Altar”.
Mientras tanto, después de 9 meses en los que la diócesis de Zamora había estado sin obispo, el 7 de marzo de 1947 se dio a conocer que la Santa Sede había nombrado al quinto obispo de Zamora, cuya recepción se dio el día 24 de mayo, siendo consagrado como tal al día siguiente en la Catedral con grande júbilo y devoción.
Fue al Sr. Anaya a quien las reformas del Concilio Vaticano II lo tomaron en gran parte de sorpresa y a pesar de los obstáculos, trató de poner en práctica mucho de lo que el Concilio le entregó a la Iglesia. Le tocó una época difícil, de transición y de cambio en todos los órdenes, en especial en el orden eclesiástico y pastoral, y sin embargo la Diócesis marchó hacia delante, gracias a su laboriosidad, su entrega al ministerio episcopal, su piedad, su desprendimiento, su generosidad y su modestia.
La obra de este obispo se caracterizó por su constancia, profundidad y solidez. Respecto a sus sacerdotes, instituyó la fiesta del Cura de Ars como patrono de los párrocos, en 1953 aprobó los estatutos de la Unión de Párrocos, como un instrumento eficaz de su ministerio; y en 1958 emitió el decreto con relación a los auxilios mutuos para los sacerdotes, como un medio de ayuda y solución al problema económico sacerdotal.
El Sr. Anaya fue un gran promotor, difusor y sembrador del espíritu misionero. Prueba de ello fue la organización o actividad constante de los Obras Pontificias Misionales y la significativa aportación y contribución de la diócesis de Zamora al Seminario de Misiones Extranjeras (Misioneros de Guadalupe) en todos los órdenes. Además, abrió las puertas del seminario, con generosidad, a diócesis pobres y ayudó con varios sacerdotes a diócesis necesitadas.
Fue en su tiempo que se inició el proceso de beatificación del Sr. Castellanos, sacerdote zamorano ejemplar, luego obispo de Tabasco. Edificó el Seminario Mayor de Jacona y el Menor de Uruapan. Para ambos aportó gran parte de sus haberes. Se continuaron enviando muchos alumnos del seminario, tanto a Montezuma como a Roma para especializarse en las ciencias eclesiásticas y no eclesiásticas. Tuvo especial cuidado en que las vocaciones sacerdotales no menguaran, de tal manera que en su gestión hubo gran fecundidad en cuanto a sacerdotes ordenados para la diócesis, para otras diócesis y para varias congregaciones religiosas.
En cuanto a los religiosos y religiosas, a las congregaciones ya existentes en la diócesis las ayudó siempre y se preocupó por ellas. Aprobó a los Oblatos Diocesanos del P. Enrique Méndez, párroco de Sahuayo. Aprobó, también, la Pía Unión de Religiosas del Trono de la Sabiduría y las de Nuestra Señora de la Esperanza. Y en 1954 aceptó en su diócesis a los padres combonianos, que llegaron a Sahuayo para instalar su Seminario.
Si algo hay que destacar en el Sr. Anaya, es su devoción profunda y sincera hacia la Madre de Dios. Su primera carta pastoral fue sobre el patronato de la Virgen de la Esperanza sobre la Diócesis de Zamora, lo que logró el 14 de febrero de 1952. Consiguió también de Pío XII, el reconocimiento del Patronato de la Inmaculada sobre Zamora, coronando solemnemente y en medio de grandes festejos y regocijos, su imagen, al celebrarse el primer centenario del voto zamorano a María, en 1950. Y declaró Santuarios Marianos a Apo y a Tingüindín.
Todos los movimientos apostólicos existentes en la diócesis como el Movimiento Familiar Cristiano, Acción Católica, Caballeros de Colón, Cursillistas, etc., tuvieron realmente un repunte durante su gestión. Trabajó además en pro de las escuelas particulares como de las oficiales. Y los Colegios Episcopales fueron fundados por el Sr. Anaya, a sugerencia de la Sagrada Congregación de Seminarios, aprobando sus normas el 26 de abril de 1961.
En la meseta purépecha autorizó y bendijo en 1955 de manera personal y directa la Liga Pro Tarascos, nacida en 1948. Con su apoyo se fundaron colegios en Angahuan, Tanaco y Pichátaro, se celebraron ejercicios en lengua puré en Chilchota y Jacona, se realizó la primera semana católica de la sierra tarasca en Paracho del 13 al 18 de noviembre de 1955, se dio apertura a la escuela doméstico–rural de Tarecuato, en febrero de 1960; se estableció en 1960 el día de la sierra tarasca y el 9 de mayo de 1961 se estrenó el oratorio de la escuela catequística de Chilchota.
Para ayudar al Sr. Anaya en el gobierno de la Diócesis, el 26 de mayo de 1961, el Sr. José Salazar fue nombrado por la Santa Sede, obispo coadjutor de la diócesis de Zamora. Respiro que alentaría al Sr. Anaya seis años más, ya que en 1967, cansado y enfermo, renunció a Zamora y se fue a San Juan de los Lagos, donde fue nombrado canónigo, pero regresaría a su querida Zamora, donde murió el 6 de enero de 1976. Sus restos reposan en la capilla de la Virgen del Perpetuo Socorro en la Catedral de Zamora.
Quinto Obispo de Zamora
(1947-1967)

Séptimo Obispo de Zamora
(1970-1974)
Para nosotros, fue el 19 de agosto de 1970, cuando después de ocho meses de espera, fue promovido como obispo de Zamora el hasta entonces obispo de Tapachula por mandato del Papa Pablo VI. Dicho nombramiento fue verdaderamente una sorpresa para todos, debido a que no se le conocía. A pesar de ello, el pueblo zamorano lo recibió con los brazos y el corazón abiertos, el 17 de octubre de 1970, día de su toma de posesión.
Desde su llegada señaló, a grandes rasgos, la esencia y la médula de su labor en la diócesis de Zamora: Evangelio, Eucaristía y gobierno paternal y pastoral para todos. Para ayudarse a llevar a cabo este programa, nombró vicario general al P. Adolfo Guerrero. La mayoría de sus pastorales, decretos, etc. Fueron dedicadas a sus sacerdotes, abordando temas como el testimonio, la actualización y la situación económica. En esto último, ayudó con especial cuidado a la nivelación económica del clero, decretando un plan de ayuda interparroquial y creando un fondo común.
Reformó las vicarías y formalizó la organización pastoral de la diócesis. Invitó a sus sacerdotes a ir a trabajar a diócesis pobres. Un bello gesto de su parte fue la invitación que hizo al Sr. Salazar, ya Cardenal, para venir el 13 de mayo de 1973 a recibir de la Diócesis de Zamora una muestra pendiente de “gratitud y afecto” por los años que trabajó en ella. Y por otro lado, con todo dolor de su corazón, tuvo que cerrar la Escuela Doméstico-Rural de Pajacuarán, ya que, después de un estudio realizado se llegó a aquella conclusión.
Su labor en nuestras tierras fue apenas de cuatro años escasos. Más tiempo suficiente para decir que Dn. Adolfo siempre se caracterizó por su sencillez y amabilidad en el trato hacia todos, sin distinción de clases ni personas, mostrándose siempre atento y correcto; fue, por ello, estimado y querido por todo el pueblo cristiano. Practicaba, por naturaleza y por convicción, los apostolados del saludo y de la sonrisa amable.
El Sr. Hernández invitó personalmente al delegado apostólico, Dn. Mario Pío Gásperi para que, del 15 al 19 de mayo de 1974, visitase la diócesis. El motivo y fin principal de aquella invitación fue el contribuir a la unidad eclesial diocesana y universal, pues en el fondo y con toda sinceridad, trataba de solucionar la situación delicada de la diócesis. Para ello, se realizaron reuniones en Zamora, Uruapan y Sahuayo, mismas en que Mons. Pío pudo escuchar los pareceres de los asistentes.
El 13 de julio, anunció el Sr. Hernández el inicio de sus visitas pastorales a las parroquias. Sin embargo, dichas visitas no se realizaron, pues el Sr. Hernández fue nombrado obispo auxiliar del Sr. Salazar en Guadalajara.
El 31 de diciembre de 1974, el P. Miguel Espinoza, como secretario de la Mitra comunicó a los sacerdotes de la diócesis el nombramiento del Sr. Hernández como administrador apostólico de Zamora (estando ya en Guadalajara), mientras se nombraba al nuevo Obispo. El Sr. Hernández fue fino y atento hasta el final, hasta que en su última circular del 19 de febrero de 1975, anunció la llegada del octavo obispo de Zamora.
La vida del Sr. Hernández, ya como obispo auxiliar de Guadalajara, siguió su curso, siempre en las manos del Señor y llena de bondad y bonohomía. Donde siguió trabajando, ayudando y enfermó. Siempre bueno y amable, siguió haciendo el bien por todos lados y a todo mundo.
Séptimo Obispo de Zamora
(1970-1974)

Octavo Obispo de Zamora
(1974-1993)
En Montezuma, además de buen estudiante, fue buen deportista, practicó el hockey sobre hielo, el beisbol, el volybol, el futbol y el basquet. También fue redactor de la revista Montezuma, en la que sus artículos, llenos de ironía y buen humor y bajo el seudónimo de Bernal Díaz del Castillo, eran leídos con gusto e interés. A su regreso a Zacatecas, en 1947 fue enviado ahora a Roma a estudiar una licenciatura en derecho y un doctorado en teología. Ahí en Roma, fue ordenado sacerdote el 2 de abril de 1949, en la capilla del Colegio Píolatino de manos de Mons. Alfredo Viola, obispo uruguayo.
Al volver a su patria, fue nombrado vicario cooperador del Sr. Cura Dn. Antonio Vela, fue también asistente de la ACJM en Guadalupe, encargado del Instituto Hacendario de la Diócesis, prefecto general y profesor del seminario, vicerrector y rector del mismo. En 1962 fue electo obispo de Tulancingo, siendo consagrado el 14 de septiembre de 1962 por el delegado apostólico, Dn. Luigi Raimondi. En esa Diócesis ejerció espléndidamente y con mucho fruto su apostolado episcopal, durante casi 13 años, hasta que, el 12 de diciembre de 1974, fue nombrado Obispo de Zamora, tomando posesión de esta diócesis el 13 de marzo de 1975.
El Sr. Robles fue el obispo mexicano más joven que asistió al Concilio Vaticano II. Ocupó varios e importantes puestos en la Conferencia Episcopal Mexicana, llegando a ser un tiempo vicepresidente de la misma. Su labor en la diócesis fue magnífica gracias a su celo pastoral y sus buenos colaboradores. Durante los 18 años, 7 meses y cuatro días de su gobierno muchas fueron sus obras.
Para sus sacerdotes, reorganizó la Nivelación Económica, el CCYAS y las semanas de estudios y de formación para ellos. Atención muy especial tuvo del Seminario, del que actualizó su reglamento, mejorando su economía y dotándolo de buenos educadores. Creo gran número de parroquias para una mejor atención de sus diocesanos.
En los religiosos y religiosas vio siempre el Sr. Robles elementos de gran valía y de inmensa ayuda, como lo demostraron la fundación del Monasterio Trapense en Jacona, de las Madres Adoratrices en San José de Gracia y en Jiquilpan, la aprobación de la Pía Unión de las Hermanitas del Sagrado Corazón y de los ancianos desvalidos, la aceptación del Noviciado de los padres combonianos en Sahuayo y de los Pequeños Hermanos de María para el trabajo pastoral en los pequeños poblados y en los barrios pobres de las ciudades.
En cuanto a la educación, promovió, ayudó y co-realizó la fundación de una Universidad para la juventud zamorana. Del mismo modo lo hizo con obras sociales: un albergue para los trabajadores del campo, el Hospital Margarita para los enfermos pobres, la fundación de Charitas, ayuda y apoyo al Grupo FAS (Fondo de Apoyo Social, con la ayuda alemana ADVENIAT) con despensas y varios proyectos de desarrollo social. Fue también un gran animador de obras ya existentes, como la Cruz Roja, alcohólicos y drogadictos anónimos, las cajas populares y las cooperativas, así como de múltiples jornadas electorales y de salud.
Dentro de su gobierno, se llevó acabo el centenario de la coronación de la Virgen de la Esperanza, patrona de la diócesis; el Sínodo Diocesano de 1987; se reorganizó la economía de la diócesis y suprimió muchos aranceles para favorecer económicamente a los fieles; se construyó y fundó el Instituto Cázares, en 1988, para la capacitación y preparación de agentes de pastoral; consiguió la devolución, por parte del gobierno, de la Catedral Nueva e, iniciando su terminación, hizo su dedicación como Santuario Diocesano a la Virgen de Guadalupe; se arregló la Iglesia Catedral con nuevo piso, remodelación de la sacristía, las pinturas y los anexos de la Curia; y se fundó el periódico “Mensaje” que ha venido a ser realmente un buen instrumento de evangelización y de comunicación entre el Obispo y los fieles.
El Sr. Robles fue, sin duda, un gran hombre, con inteligencia y sentido práctico. Lo caracterizaron su alegría y entusiasmo, su sencillez y su amor al prójimo, su valentía y decisión, su humildad en muchos casos, unida a su prudencia y, sobre todo, su entrega total a su ministerio y su lucha constante por ser fiel a Dios, a la Iglesia y a su propia conciencia. Su fortaleza le ayudó en situaciones críticas y difíciles. Pero en definitiva, tenía una facilidad y capacidad para realizar grandes obras.
De pronto, el día 18 de octubre de 1993 significó para la diócesis de Zamora un día de pena y de consternación por la muerte de su obispo. Si bien desde la operación que le habían practicado hacia tres años, la salud del Sr. Robles se había quebrantado bastante, su muerte repentina y solitaria, causó verdadero impacto en toda la diócesis y fuera de ella. Su cuerpo fue sepultado el 20 de octubre en la Catedral zamorana.
Octavo Obispo de Zamora
(1974-1993)

Noveno Obispo de Zamora
(1994-2006)
En 1971 regresó a México siendo diácono, y fue mandado a la Basílica de Pátzcuaro y comenzó a dar clases en el seminario de ética, teodicea, historia de la filosofía y de México, griego y teología dogmática. Fue ordenado sacerdote el 30 de diciembre de 1972 en el Santuario del Señor de la Piedad, de manos del Sr. Alcaraz, su antiguo párroco. Fue miembro del consejo presbiteral y luego su presidente en 1980. En 1975, colaboró, directa y eficientemente, en la fundación del Instituto Pastoral Don Vasco, además luchó por la fundación y buena marcha de la revista Don Vasco y fue nombrado rector del Seminario en 1983.
Fue nombrado obispo de Campeche, siendo consagrado el 25 de julio de 1988 de manos del delegado apostólico, Mons. Jerónimo Prigione. Ha sido Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Juvenil y ocupado algunos otros cargos y encargos.
El Sr. Suárez es un comunicador nato y gusta de compartir sus vivencias personales, familiares y de amistad y, por ello, en sus escritos, en sus homilías y predicaciones nos regala muchas veces su retrato, su historia, su pensar y su actuar. Un hombre de ingenio agudo, siempre sonriente y feliz, de espíritu fraternal. Quien sabe imaginaría cuando asistió a los funerales del Sr. Robles que sería él quien ocuparía aquel puesto vacante.
Fue el día 18 de agosto de 1994 en que Zamora supo que ya tenía un nuevo Obispo: Dn. Carlos Suárez Cázares quien, a sus 47 años de edad, venía a entregarse a esta iglesia zamorana que el lunes 20 de septiembre lo recibió con los brazos y el corazón abiertos. Se mostró siempre como un hombre que tiene conciencia clara y completa.
Durante su gobierno fue siempre un pastor cercano a su gente, en sus numerosas visitas pastorales hechas con su toque personal. Fue signo de reconciliación entre sus sacerdotes y su pueblo, preocupado y ocupado por sus sacerdotes enfermos y ancianos. Además, tuvo un especial interés por la formación de todos, promoviendo las semanas de estudio; y por su tenacidad al mandar sacerdotes a especializarse para la mejor marcha del seminario y de la diócesis.
Puso en marcha las oficinas del obispado y el Centro Juan Pablo II, así como el rescate y la legalización (por medio de la administración diocesana) de varias casas y edificios pertenecientes a la Iglesia, como la Casa del Sacerdote. Dn. Carlos fue en Zamora y sigue siendo un escritor nato, por lo que nos regaló infinidad de escritos sobre muy variados temas. Su predilección por los jóvenes caló hondo en la pastoral juvenil, mezclándose como uno de ellos en las reuniones diocesanas.
Su servicio pastoral fue siempre activo, su presencia estuvo en todas las estructuras y foros, motivando siempre a su grey a incorporarse a una pastoral orgánica diocesana, prueba de ello es que durante su mandato se consolidó el plan global de pastoral 2004-2009. Sin embargo, el Sr. Suárez tenía una enseñanza mayor, a finales del 2006 Dn. Carlos nos mostraría con humildad y fortaleza, un ejemplo de obediente sujeción a Dios en la persona del Papa.
Así es, después de poco más de 12 años de estar al frente esta Iglesia local, en octubre del 2006 en Roma, el cardenal Juan Bautista Re, prefecto de la sagrada congregación para los obispos, comunicó al Sr. Suárez la decisión del Papa Benedicto XVI de que dejara el gobierno de la diócesis de Zamora para enviar un nuevo obispo, dicha noticia se dio a conocer oficialmente el 13 de diciembre de 2006. Fue una decisión que fue aceptada con amor y obediencia a la Iglesia por parte del Sr. Suárez; y con el fin de dedicar un tiempo al estudio y la oración, a fin de recuperar fuerzas y disponerse para una nueva encomienda.
Ante la sorpresiva renuncia del Sr. Suárez, fue nombrado administrador apostólico de la diócesis de Zamora el cardenal Dn. Juan Sandoval Íñiguez. Y a partir del 4 de noviembre de 2008 el Sr. Suárez fue nombrado obispo auxiliar de Morelia, donde actualmente se encuentra ejerciendo su ministerio.
Noveno Obispo de Zamora
(1994-2006)

Décimo Obispo de Zamora
(2007-…)
Entró al seminario conciliar de Guadalajara en 1962, acompañado por Dn. Luis Rojas Mena, párroco de su pueblo y después obispo de Culiacán. En esa época era arzobispo de Guadalajara el cardenal José Garibi Rivera, un hombre de mucha cercanía con su seminario y era rector del mismo el cardenal Juan Sandoval. En dicha institución realizó sus estudios de latín, filosofía y teología. El cardenal José Salazar López sería el que imponiendo sus manos le confiriera la ordenación sacerdotal un 23 de diciembre de 1978.
Es licenciado en teología dogmática por la Universidad Pontificia de México. El Papa Juan Pablo II le nombró obispo auxiliar de Guadalajara el 15 de abril de 1992, siendo consagrado el 5 de junio del mismo año. El 21 de marzo de 1999 tomó posesión como IV obispo de la diócesis de San Juan de los Lagos.
Fue hasta el día 3 de mayo de 2007, después de 7 meses sin pastor, que el Papa Benedicto XVI le nombró obispo de nuestra diócesis, tomando posesión de ella el día de la fiesta del apóstol Santiago, día 25 de junio, en el Santuario Diocesano de Nuestra Señora de Guadalupe.
Décimo Obispo de Zamora
(2007-…)